La mujer de los gatos


Un escrito olvidado

-Mi marido me engaña con una veinteañera -Suelto luego de contestar el teléfono al primer timbrazo. Era una tarde lluviosa a mediados de abril, excelente combinación para sobrevivir a una ruptura.
Silencio.
-¿Laura? ¿Estás segura? -me pregunta algo confundida.
-Si, Sandra -contesto abatida- anoche me lo confesó.
-¡Infeliz! Ya mismo subo al auto y voy para allá.
Dos horas después sigo llorando envuelta en los brazos de mi mejor amiga, contando, entre sollozos, la noche más desastrosa de mi -ya no tan amorosa- vida.
-Su secretaria -gimo- ¡Lo hizo con su secretaria! -digo ahora gritando y llorando al mismo tiempo- ¡Me enfurece que ni si quiera se haya esforzado! -suspiro- Me dejó por un maldito cliché de oficina.
-Necesitás un gato -dice Sandra de repente, como si aquella fuera la mejor idea que alguna vez hubiese tenido.
-¿Un gato? -pregunto confundida- ¿Cómo se supone que eso solucione algo? ¡No pienso convertirme en la mujer de los gatos!
-No lo serás -Promete Sandra. Sonríe.
A pesar de mi declaración, al día siguiente me encuentro yendo a la veterinaria con Londres, mi nuevo siamés. Tenés que buscar la forma de pensar en otras cosas -había dicho Sandra la noche anterior- un dulce gatito puede distraerte.
Después de una semana y media, Londres logra orinar la mitad de mi ropa, arañar el sillón del living y morder las patas de mi cama. El bastardo había destrozado todo el maldito departamento. Y aún así, cuando no limpiaba los desastres del gato, me encontraba pensando en mi ex esposo.
Un gato, quizás solo necesito otro gato. Pero no te conviertas en la mujer de los gatos. Me digo a mi misma minutos antes de decidir adoptar a París.
No te conviertas en la mujer de los gatos. Me digo después de rescatar a Washington y Berlín del callejón en el que se encontraban abandonados.
No te conviertas en la mujer de los gatos. Me digo cuando el veterinario me ofrece cuidar de Jerusalén, un recién nacido gato persa.
No te conviertas la mujer de los gatos.  Me digo mientras veo como mis felinos reciben con cálidos maullidos a Buenos Aires.

-Tal vez solo debí sugerir que te embriagaras y llevaras un acostón a casa -dice Sandra una noche por teléfono.

Comentarios

  1. ¡Hola, Sofi!
    Jajaja es una historia tragicómica que me encantó por la simpleza pero claridad con la que escribís :) Yo le hubiese sugerido que haga un viaje...
    Besos

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

¡Muchísimas gracias por comentar!

Entradas populares de este blog

Calíope

Posthumous